Paraíso Esmeralda es mi primera novela. Es una historia construida a partir de fragmentos de vida de amplio espectro. Puede parecer ambicioso, pero mi deseo ha sido siempre que el mundo imaginario que he creado involucre al lector como parte activa, y no solo como un mero observador.
La narración comienza con la irrupción de los tres protagonistas en la adultez y muestra cómo su entorno se transforma de maneras, a menudo, inesperadas. La descripción de sus estados emocionales y de sus vidas volubles pretende dejar una huella en la mente del lector, entretejiendo vínculos invisibles con su materia gris. Estos personajes cobran vida en la intimidad de la lectura, y sus decisiones pueden arrastrar al lector a sentir temor, dolor, amor o felicidad, en un ejercicio de empatía.
Las posibles interacciones con los múltiples personajes ofrecen una experiencia única, la oportunidad de vivir, por unos instantes, los pensamientos y emociones de otra persona. Lo que se encuentra entre las palabras, escenas y suspiros busca envolver al lector en una ficción que a veces le resultará sorprendentemente familiar.
Cada lector aporta su “software personal” —ideas, creencias, experiencias, traumas y recuerdos emocionales— que será fundamental para sumergirse en el Paraíso Esmeralda de manera única y personal. Sin censura, engancharse a esta trama puede convertirse en un alivio frente a la propia vida, mientras se descubre el desenlace de una historia apasionante.
Como escritora, creo firmemente en el poder transformador de la literatura. Por ello, propongo un reto a los lectores que ya se han sumergido en La Naranja Entera: reflexionar y responder estas preguntas como manera de profundizar en vuestra propia historia:
¿Qué habéis sentido al leer La Naranja Entera?
¿Ha despertado recuerdos de vuestra vida?
¿Habéis amado u odiado a los personajes?
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🌿 MEA CULPA
La culpa nos pesa y nos mantiene atrapados en juicios internos que, a menudo, son desproporcionados. Pero la buena noticia es que la culpa puede transformarse.
El primer paso es identificarla: reconocer situaciones, experiencias o patrones que nos hacen sentir atrapados o agotados. Luego, verbalizarla: “Sí, me siento culpable de…”, y reflexionar sobre su origen y alcance.
El siguiente paso es revisar la “condena”: aceptar los errores, asumir la responsabilidad de lo propio y liberar tanto a nosotros mismos como a los demás. No se trata de castigarse, sino de aprender, crecer y avanzar.
La mente propia es nuestro mejor juez: puede ser acusadora, saboteadora y torturadora, con la intención de equilibrarnos. Pero si le damos la oportunidad de generar pensamientos positivos y constructivos, se convierte en nuestra mejor aliada para sentirnos plenos y felices. Está deseando acompañarte: ayúdale a dejar de juzgar y dale razones para ayudarte a hacer realidad tus sueños.
Cambiar la palabra culpa por responsabilidad nos permite ser proactivos, dejar de cargar con lo que no nos corresponde y vivir con ligereza y libertad.
Liberarse de la culpa es vivir plenamente, desapegarse, cuidar de uno mismo y conectar con los demás desde un espacio de paz y conciencia.
🌿DESCUBRE TU ESPACIO INTERIOR: GUÍA PARA ELEVAR TU FRECUENCIA
Buenos días. Hoy he decidido mirar hacia dentro y quiero invitarte a abrir esa puerta que, a veces, está un poco trabada y que nos da acceso a conectarnos con nosotros mismos. Para ello, solo necesitamos estar dispuestos a activar los sentidos, renovar el aire de nuestros pulmones con intención y fluir. Recordemos siempre la fuerza que tiene la INTENCIÓN.
Nadie tiene la llave maestra. Cada uno de nosotros posee su propia forma de acceder a su mundo interior y elevar su vibración. En este artículo, desde mi experiencia, comparto algunas “llaves de colores” que me funcionan y que, por su carácter universal, pueden ser útiles para todos y todas.
A menudo escuchamos que debemos reservar un tiempo para estar con uno mismo, pero ¿realmente lo hacemos? A veces, el único momento íntimo es en el baño o en la cama antes de dormir. Y si la mente está activa, los pensamientos no ayudan a conciliar el sueño ni a vivir el presente.
El rumiar pensamientos negativos puede atraparnos, generando ansiedad y empujándonos a buscar soluciones externas de manera compulsiva, olvidando nuestro mundo interior. Esto nos mantiene en una frecuencia baja, pero todo tiene arreglo si nos lo proponemos.
Algunas personas ya practican lo que podríamos llamar “interiorismo espiritual”: han acondicionado su espacio personal y han logrado mantener la puerta de su ser medioabierta para que corra el aire. Otros, por miedo o distracción, no logran acceder a su hogar interior.
El primer paso consiste en tener la intención de amor y estar dispuestos a cerrar la puerta hacia afuera para abrirnos hacia adentro.
Imaginación: Sueña despierto o despierta, confía en tu creatividad y transita por lo mágico. Usa el “imagínate que…” de los niños, es una fórmula infalible.
Cuerpo: Es tu sistema energético. Cuídalo, visualízalo y siéntelo. Escuchar las señales del cuerpo es clave para mantener la energía equilibrada.
Rezar o agradecer: Sin importar la connotación religiosa, las oraciones de gratitud nos serenan y elevan nuestra frecuencia, iniciando un diálogo amoroso con nuestra esencia.
Naturaleza: Conéctate con nuestra Madre Tierra. Abraza árboles, respira el aroma de las flores, contempla el mar. Sumérgete en su energía y permítete integrarte al sistema universal.
Bailar: Mover el cuerpo es un acto de conexión y liberación simultánea. Libérate hasta sentirte plenamente, solo o acompañado.
Música: Escucha la que te inspire. La clásica o espiritual ayuda a calmar la mente y a transitar por tu interior.
Aceites esenciales: Aromas como la lavanda calman rápidamente y facilitan la conexión interna.
Recitar mantras o palabras mágicas: Ho’oponopono o cualquier oración repetitiva distrae la mente consciente y abre nuevas posibilidades.
Jugar: La diversión no es exclusiva de la infancia. Permítete disfrutar sin límites.
Creatividad: Escribir, pintar o crear permite desenredar nudos internos, reinterpretar tu historia y aprender de ti mismo.
Sexo consciente: Vivido con presencia y pasión, conecta cuerpo y alma, liberando energía y elevando la conciencia.
Orden externo: Mantener tu espacio limpio y organizado genera calma interior y facilita el flujo energético.
Risa y llanto: Expresarse libremente activa emociones, libera tensiones y reconecta con nuestro niño interior.
Baños conscientes: El agua activa y equilibra nuestra energía, recordándonos la conexión con nuestra esencia.
Meditación: Encuentra tu estilo: respirando, contemplando, sin presiones. Lo importante es sentirlo, no cómo “debería” hacerse.
Valorar tu tiempo: Comparte, aprende, ama y celebra cada momento.
Voluntad: Cumple con lo que sabes que debes hacer. La satisfacción personal fortalece la confianza y la energía.
Cuidar nuestro jardín interior
Nada de esto es nuevo; lo importante es ponerlo en práctica con intención y mantener nuestro jardín interior limpio y cuidado. Al liberarnos, hablarnos con cariño y proteger nuestro espacio interno, transmitimos luz y elevamos nuestra frecuencia.
Permítete estar mal cuando sea necesario, pero recuerda que cada día sale el sol. Los momentos oscuros son oportunidades de crecimiento si no nos quedamos pegados a ellos.
Y, sobre todo… haz lo que te dé la gana. Tu interior merece ser escuchado, amado y vivido plenamente.